miércoles, 18 de octubre de 2017

Como un polluelo que cae de un nido tibio un día salí de mi refugio para aprender el significado de volar. Volar como los pajaritos, esos pequeñitos que aparecen en los jardines de las casas con prados verdes buscando algo.
Entonces comencé un viaje, un viaje muy largo, el cual no tenía destino, no tenía un fin.
De pronto, me encontré aprendiendo el ABC y las sumas y las restas, parece que ya había crecido un poco. La escuela y los maestros eran parte de mi día a día y vivía en aquella escuela de lunes a viernes.
Comenzó la parte difícil de mi vuelo. Me encontré compitiendo, tratando de alcanzar buenas calificaciones y me fue mal.
No siempre las cosas en la vida van bien. A veces salen mal y es importante que salgan mal para aprender algo de esas malas experiencias.
Es cierto que a veces me ponían tristes esas malas calificaciones. Me sentía inferior. Con ganas de no seguir estudiando. Con ganas de quedarme en mi refugio, en mi nido, en la comodidad de mi casa.
Un día casi renuncio a la escuela, un día casi no voy más.
Pero me levanté otra vez, con la fuerza ya de una joven, ya no era tan pequeña, ahora podía opinar y decidir por el color de mi pelo y el estilo de mi ropa.
Me gradué en el vuelo, terminé la escuela. Y seguí volando. Ahora con más firmeza, ahora como una palomita de las plazas con pileta y escaños.
Y seguí volando, me gradué otra vez, y otra vez, y otra vez, y otra vez. Me convertí en un águila.
Un pájaro valiente que ahora tenía voz y más seguridad. Pero también timidez. Esa que nunca se va. Esa la tenía cuando era un polluelo y creo que estará conmigo hasta que camine con ayudas.
¿Aprendí a volar? No lo creo. Aun me falta camino, aun me faltan plumas en las alas para poder formar ese cuerpo fuerte que no le teme a nada. Parece que ese vuelo encumbrado se consigue cuando casi se termina la vida.
Es cierto que fue necesario salir de mi nidal, es cierto que fue necesario pasar por dificultades para disfrutar de esa luz brillante que me acompaña.
Yo busqué esa luz y no quiero que se apague jamás, jamás, jamás.
¡Es verdad que ya no soy el polluelo, ni la palomita, ni el águila! Me he convertido en ese tipo de pájaro con rostro pacifico, con ojos de amistad, con alas de amparo, con pies que caminan para servir a otros.
Ahora como pájaro grande, pienso que fue bueno haber sacado malas calificaciones, ellas me enseñaron el valor de la humildad y el coraje de trabajar duro para tener un lugar en este mundo.
Soy un pájaro, no más que un pájaro. Vuelo porque la vida me ha enseñado a volar. ¡Y que gusto tengo por revolotear y elevarme!