Como un polluelo que cae de un
nido tibio un día salí de mi refugio para aprender el significado de volar.
Volar como los pajaritos, esos pequeñitos que aparecen en los jardines de las
casas con prados verdes buscando algo.
Entonces comencé un viaje, un
viaje muy largo, el cual no tenía destino, no tenía un fin.
De pronto, me encontré aprendiendo
el ABC y las sumas y las restas, parece que ya había crecido un poco. La
escuela y los maestros eran parte de mi día a día y vivía en aquella escuela de
lunes a viernes.
Comenzó la parte difícil de mi
vuelo. Me encontré compitiendo, tratando de alcanzar buenas calificaciones y me
fue mal.
No siempre las cosas en la vida
van bien. A veces salen mal y es importante que salgan mal para aprender algo
de esas malas experiencias.
Es cierto que a veces me ponían tristes
esas malas calificaciones. Me sentía inferior. Con ganas de no seguir
estudiando. Con ganas de quedarme en mi refugio, en mi nido, en la comodidad de
mi casa.
Un día casi renuncio a la
escuela, un día casi no voy más.
Pero me levanté otra vez, con la
fuerza ya de una joven, ya no era tan pequeña, ahora podía opinar y decidir por
el color de mi pelo y el estilo de mi ropa.
Me gradué en el vuelo, terminé la
escuela. Y seguí volando. Ahora con más firmeza, ahora como una palomita de las
plazas con pileta y escaños.
Y seguí volando, me gradué otra
vez, y otra vez, y otra vez, y otra vez. Me convertí en un águila.
Un pájaro valiente que ahora tenía
voz y más seguridad. Pero también timidez. Esa que nunca se va. Esa la tenía
cuando era un polluelo y creo que estará conmigo hasta que camine con ayudas.
¿Aprendí a volar? No lo creo. Aun
me falta camino, aun me faltan plumas en las alas para poder formar ese cuerpo
fuerte que no le teme a nada. Parece que ese vuelo encumbrado se consigue cuando casi se
termina la vida.
Es cierto que fue necesario salir
de mi nidal, es cierto que fue necesario pasar por dificultades para disfrutar
de esa luz brillante que me acompaña.
Yo busqué esa luz y no quiero que
se apague jamás, jamás, jamás.
¡Es verdad que ya no soy el
polluelo, ni la palomita, ni el águila! Me he convertido en ese tipo de pájaro con
rostro pacifico, con ojos de amistad, con alas de amparo, con pies que caminan
para servir a otros.
Ahora como pájaro grande, pienso
que fue bueno haber sacado malas calificaciones, ellas me enseñaron el valor de
la humildad y el coraje de trabajar duro para tener un lugar en este mundo.
Soy un pájaro, no más que un pájaro.
Vuelo porque la vida me ha enseñado a volar. ¡Y que gusto tengo por revolotear
y elevarme!
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